HISTORIAS MÍAS (no me hagan mucho caso)
Hace unos años, Pierre Vilar en una conferencia, dictada en el Colegio de España de París, sobre la conclusión en la historia, vino a decir que ésta no tiene conclusión, o bien que las conclusiones son siempre provisionales, en la idea de que la historia es un proceso sin fin, una construcción constante. Si cabe con más razón, podríamos observar lo mismo de la historia de la historia, objeto de este ensayo.
Compromiso y realidades..., esta es la historia de la historia. Yo no concibo la historia sin rigor, pero no haré jamás una historia sin compromiso. ¿Realmente los historiadores podemos influir en “la historia que viene”? La respuesta a esta pregunta es doble: poco, si nos referimos a la historia de los acontecimientos, pero mucho si estamos hablando de la historia que se escribe, de la historia que hacemos los historiadores, esto es, la historia de la gente, la historia del discurso y del pequeño ensayo, puede llegar a tener más influencia y notoriedad que un poema o una canción. Debemos estar preparados para interceder en las relaciones sociales del micro-presente.
Frecuentemente el historiador se interroga sobre las formas de ejercer su trabajo: ¿Adónde va la historia? Con toda evidencia, se trata de una cuestión pertinente. La historia que se escribe es, en alto grado, resultado involuntario, incluso impredicible, de infinidad de iniciativas de historiadores individuales, de historiografías especializadas y nacionales, de influencias externas de tipo cultural, social, político. Para saber adónde va la historia de los historiadores hay que aplicar, no obstante, la voluntad, colocando la historiografía en el centro de nuestra atención. El auge de aquélla en los últimos años denota que los historiadores tratamos de controlar nuestra historia, de saber más sobre nuestros orígenes y evolución como profesionales de la historia. El próximo paso es atreverse a plantear lo siguiente: ¿Podemos escribir la historia del tiempo presente?, ¿podemos ser periodistas?
Cada vez somos más los que negamos que la historia sea un proceso al margen de la voluntad humana, y menos todavía en el campo de la historiografía: es, desde luego, más fácil variar la manera de escribir la historia que la historia misma. Sería, por consiguiente, innecesario esperar a que cambie la sociedad para que cambie la escritura de la historia, que es hija de su tiempo pero antes de eso es o mejor dicho, debe ser hija de sí misma. El buen historiador es aquel capaz de plasmar en su ensayo, la voluntad colectiva del tiempo presente para reorientar su práctica; para lo cual es antes menester recomponer cierto consenso o consensos, huyendo tanto del voluntarismo que no tiene en cuenta la realidad como del attentisme de aquél que aguarda pasivamente a ver por dónde van los vientos historiográficos para situarse.
Compromiso y realidades..., esta es la historia de la historia. Yo no concibo la historia sin rigor, pero no haré jamás una historia sin compromiso. ¿Realmente los historiadores podemos influir en “la historia que viene”? La respuesta a esta pregunta es doble: poco, si nos referimos a la historia de los acontecimientos, pero mucho si estamos hablando de la historia que se escribe, de la historia que hacemos los historiadores, esto es, la historia de la gente, la historia del discurso y del pequeño ensayo, puede llegar a tener más influencia y notoriedad que un poema o una canción. Debemos estar preparados para interceder en las relaciones sociales del micro-presente.
Frecuentemente el historiador se interroga sobre las formas de ejercer su trabajo: ¿Adónde va la historia? Con toda evidencia, se trata de una cuestión pertinente. La historia que se escribe es, en alto grado, resultado involuntario, incluso impredicible, de infinidad de iniciativas de historiadores individuales, de historiografías especializadas y nacionales, de influencias externas de tipo cultural, social, político. Para saber adónde va la historia de los historiadores hay que aplicar, no obstante, la voluntad, colocando la historiografía en el centro de nuestra atención. El auge de aquélla en los últimos años denota que los historiadores tratamos de controlar nuestra historia, de saber más sobre nuestros orígenes y evolución como profesionales de la historia. El próximo paso es atreverse a plantear lo siguiente: ¿Podemos escribir la historia del tiempo presente?, ¿podemos ser periodistas?
Cada vez somos más los que negamos que la historia sea un proceso al margen de la voluntad humana, y menos todavía en el campo de la historiografía: es, desde luego, más fácil variar la manera de escribir la historia que la historia misma. Sería, por consiguiente, innecesario esperar a que cambie la sociedad para que cambie la escritura de la historia, que es hija de su tiempo pero antes de eso es o mejor dicho, debe ser hija de sí misma. El buen historiador es aquel capaz de plasmar en su ensayo, la voluntad colectiva del tiempo presente para reorientar su práctica; para lo cual es antes menester recomponer cierto consenso o consensos, huyendo tanto del voluntarismo que no tiene en cuenta la realidad como del attentisme de aquél que aguarda pasivamente a ver por dónde van los vientos historiográficos para situarse.
¿Qué distingue el aprendizaje histórico de otras formas de aprender y le da su carácter propiamente histórico?. Para J. Rüsen esta pregunta es esencial a la hora de desarrollar un modelo explicativo. En su opinión, esta especificidad se sitúa en la tarea de experimentar e interpretar el tiempo para poder orientarse, mediante la memoria histórica, en la propia vida. La operación constitutiva de la conciencia histórica, en su opinión, es la introspección, entendida ésta no como una mera descripción, sino en el sentido de una forma de saber y de entendimiento antropológicamente universales y fundamentales. Esta "competencia narrativa", que es la que se pretende alcanzar mediante el aprendizaje histórico, cumple una función de orientación para la vida actual, dado que posibilita representarse el pasado de manera más clara, percibir el presente de manera más comprensible y adquirir una perspectiva del futuro más sólida. Desde esta perspectiva, y de acuerdo con mi concepción de la historia, todos somos aprendices de historiadores, todos aquellos que intentan dar sentido y encontrar las claves en su presente, están de algún modo interpelando a un pasado, más o menos explícito. Por ello, ser historiador no supone en grado alguno, un oficio, una profesión, sino una soberanía propia del ser humano.
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