VIAJE AL CONFÍN DE DISCEPOLÍN
Con prisas de ánimo pero sin afán mesiánico, escribo estas líneas que no tienen mayor pretensión que la de expresar a mi espíritu, a mi alma, mi contigo al revés, la memoria en la que atraca mi laborioso corazón y las venas de las que, como dijo Neruda, arde mi vida, y destilan mis errores… que no hay fracaso más triste de ánimo que el de la resignación. No quiero más mascaras globalizadoras de los sentimientos, no más mercados manipulados por aranceles y plusvalías. El tiempo fluirá si somos espacio. A la larga, todo se pasa y a la vez todo queda, permanecerán los buenos momentos, los recuerdos, las risas, las alegrías, los paseos, el diccionario...alejamé de universos atmosféricos, de cúpulas geodésicas, de los bufones de la corte de los milagros del reino del cielo.
Todo en torno al entorno, a la necesidad de hallar la salida del laberinto tan del Minotauro como del Pericles, la tenacidad de poder cambiar, modificar, crear, una ciudad antónima a lo provinciano, a lo clerical, a las amistades de plastilina, a las sonrisas plastificadas con sordina…para ello, ¿cómo no seguir aferrado a mi particular interpretación de un peligroso anarquismo surrealista? Dalí vivió con la muerte desde que respiró y ella lo fue matando con una voluptuosidad fría, solamente comparable a su lúcida pasión por sobrevivir a cada minuto y a cada segundo de su conciencia de ser. Su lucha contra la muerte fue una tensión continua, obstinada, feroz y terrible, un órdago supremo a la mística y la razón. Era él, ay que me mu, que me mu, ¡San Juan de la Cruz!
Todo en torno al entorno, a la necesidad de hallar la salida del laberinto tan del Minotauro como del Pericles, la tenacidad de poder cambiar, modificar, crear, una ciudad antónima a lo provinciano, a lo clerical, a las amistades de plastilina, a las sonrisas plastificadas con sordina…para ello, ¿cómo no seguir aferrado a mi particular interpretación de un peligroso anarquismo surrealista? Dalí vivió con la muerte desde que respiró y ella lo fue matando con una voluptuosidad fría, solamente comparable a su lúcida pasión por sobrevivir a cada minuto y a cada segundo de su conciencia de ser. Su lucha contra la muerte fue una tensión continua, obstinada, feroz y terrible, un órdago supremo a la mística y la razón. Era él, ay que me mu, que me mu, ¡San Juan de la Cruz!
Místicos aparte, mi conciencia se sostiene en paraísos artificiales, una drogo-dependencia de mi estado frágil, de madonna gótica, de cisne sanguidolento…¡cuál es la manera de huir de las palabras que me narcotizan!, que crean marcas jurídicas de violencia, como metodología liberadora que legitima, entre otras atrocidades, genocidios culturales, o enigmas con fin…ante esto: ¿De qué modo abdicar de mi compromiso de llamar las cosas por su nombre?. ¿Qué podría ser yo?, ¿un romántico?, ¿un nuevo Bogart?, ¿un viejo surrealista?. Me temo que todo a la vez, empiezo a pensar que el surrealismo es la versión desesperada del romanticismo, es decir, su radicalización. Eluard, Larra, Dalí y Saura. Y Geraldine, Sabina, Buñuel, Patino, Fernan Gómez, Idem de la Serna, Umbral y Mondrian. Y Picasso, Mengs, Machado, Unamuno, Cernuda, Espronceda, Tusell. E Iñaki, Ismael, Juanjo, Santiago o Pere Gimferrer …para ser exacto, todo lo que todavía distingo, lo que aprecio, lo que admiro…Aun te reconozco, ¡antigona rebelde!, ¡hermano poeta!