El Tiempo Salamanca / Matacan

14 abril 2005

MEMORIA CULTURAL DE MI, CANTABRIA: pongamos que hablo de tí

Seguramente la temática del estudio bibliográfico “de lo Montañés”, sin más pretensión que la de “atreverse a conocer” como dijo Kant, no resulte a primera vista atractiva, no estamos ante una descripción sobre aspectos de temas archiconocidos y sobre los que tanta producción bibliográfica existe, como son el nacionalismo catalán o vasco. Este trabajo del regionalismo cántabro supone sin duda poder conocer una tierra, una forma de ser, pensar y vivir, pero también el valle, la canción, la poesía, el mar, muchas montañas y una “tierruca”... Trasmiera es una región desconocida para mí, nunca he viajado allí, supone en inicio una mera curiosidad propia e imprescindible para el conocimiento y avance de toda ciencia social. Tras una primera incursión y a medida que el trabajo avanzaba, la curiosidad se convirtió placer intelectual, un resorte de mi memoria. Quizás el objetivo principal de todo el esfuerzo sea sentirme un poco santanderino desde Salamanca, poder comprobar como mediante la cultura, aunque evidentemente no de manera exclusiva, he socializado una identidad elegida por mi, una amistad que aun me va a sorprender. Literariamente puede resultar sencillo e incluso agradable para el lector dar a conocer un sentimiento, pero soy consciente del objeto y la naturaleza de este documento, de igual modo, tampoco pretendo caer en falsos post-modernismos ya superados en la historiografía, por ello, debo aportar un rigor explicativo-argumentativo al primer párrafo de este “conuco ensayo”.

El regionalismo cántabro es un tema, pero en cierto modo, sirve como pretexto para una finalidad personal de tipo metodológico, esto es, escribir el pasado a partir de un enfoque cultural, de una nueva historia social. Un camino seguido por diversos autores, entre los que figura Manuel Súarez Cortina, Roger Chartier sin olvidar a Burke o en cierto modo a Javier Tusell. El historiador debe ser capaz de construir un discurso teniendo en cuenta la densidad de la palabra, esta idea es expuesta, de modo análogo por Koselleck en EL PAÍS el 11 de abril de 2005: “No hay que olvidar que además de que las propias palabras cambien, ellas mismas producen cambios”. Por que en el fondo el que edifica el pasado es un mediador entre este tiempo y su presente, pero está sin duda produciendo cultura para el futuro.

Se trata de construir un texto capaz de abandonar las aplicaciones automatizadas para escribir el pasado. La meta por tanto no es otra que la realización de una práctica de escritura, que podemos definir como un discurso con descripción y argumentación (en lo que se refiere a las singularidades de tipo cultural), por que como señala Julio Aróstegui, “un libro de historia es, en su ubicación más genérica, no un relato sino una argumentación”.