PROVINCIA DE NUNCA JAMÁS: ¿CÓMO MORIR INSÍPIDO Y VIVIR EN EL INTENTO?
Te conozco. Eco de mirada triste, espumosa voz, dulce vejez. Tú y yo tenemos la misma edad. Tú eres joven de heridas de guerra y yo un viejo rebelde provocativo, que no le queda más remedio que resistir para no vivir alrededor de tanto cuerpo muerto y con un destino conocido por ambos: diluvio universal e irreversible ¿quizá hostil?, contra atacar, hermano poeta, en el olimpo del dogma y las supersticiones. Argot sentimental de piedras apagadas. ¿Segunda Atenas de Perícles?, ¿llueve sobre mojado?, ¡qué se le va a hacer! tú y yo pensamos más bien que estamos ante las cenizas de la encina en flor, apología de tótem familiares, de casonas, de blasones y linajes, del agua de sus calles congeladas, de sus ruidosos silencios, de cortarnos con el pedernal. Sin embargo, querido Itaca, ambos amamos, este universo simbólico propicio para toda reflexión libre e impersonal, sosiego y ágora eterna del s. XVI. ¿Por qué no vivir ese privilegio espontáneo? Retaíla del permanente asalto a la razón de este morir insípido, obscenamente amortajado de confort. Cuna, coche y vieja telaraña política que amenaza sueños, esperanzas, planes y asesina juventud. Rutina de administrar el miedo por cuanto todo aquello que pueda venir, y no pueda pasar, lo que nunca pasa, lo que siempre termina viniendo. Escuela, inversión e hipoteca de valores cristianos, que más pronto que tarde, atacan los sentimientos del áspero dolor, algo ha comenzado a hundirse, a mis pies, sospecho que es el abismo, ese futuro del que me he venido preparando, sibarítico y petulante, de esfuerzo y experiencia, ya sé fue. La ciudad se para, nos aniquila, me regresa, y en ese regreso lo que me encuentro es su pasado, un pasado que permanece incólume, intacto, que amenaza con convertir en paréntesis insignificante lo que media entre el origen y el destino final. Posada del fracaso, último refugio, desencanto de promesas incumplidas, me persiguen las 5 actividades económicas de la Plaza Mayor de Europa. Lo que va del madroño a la encina es el camino que transita desde la ilusión al desencanto, es el efecto demoledor del tiempo, es la inexorable pérdida de referentes, es la asunción del fracaso de mi ser. Lo que une y separa a la vez dos caminos, dos ciudades, dos amigos, es la mirada lúcida y triste del que puedo ser, de los fracasos pendientes, de los sueños cumplidos, del que se pregunta si vive en vano, si supo ser fiel a sí mismo. No han muerto los dioses todavía.
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