El Tiempo Salamanca / Matacan

01 julio 2005

EL HONOR DEL CONDE CRÁPULA

El surrealismo se ocupa y se ocupará constantemente, de reproducir oníricamente el momento ideal en que el hombre, preso de una emoción particular, queda súbitamente a merced de algo “más fuerte que él” (metafísico), que le lanza, pese a las protestas de su realidad física, hacia los ámbitos de lo inmortal, la radical felicidad romántica, lúcido y alerta, entra y sale, después y antes aterrorizando la cordura, el norte, el hielo, el cosmos, el ahora, ya, aun, quizá el mal paso. Lo más importante radica en que la persona comprometida, y absolutamente necesaria, no puede zafarse de esta emoción sublime, aunque no sepa ni una palabra de los maestros surrealistas anarquistas, pero borrachos, socialistas aunque geniales: Bakunin, Saura, Lorca, Cernuda, Dalí, Larra, Espronceda, Breton, Peret, Sabina, Buñuel…siguiente pregunta, ¿cuénteme como no poder dejar de pesar lo imposible, Cortazar?, hable de la ufana realidad enlatada tan poco de Ussia y menos Dragó. ¿Quién no busca no dejar de expresarse en tanto dure el misterioso campanilleo, ya que, efectivamente, al dejar de pertenecerse a sí mismo el hombre comienza a pertenecernos? Estos productos de la actividad psíquica, lo más apartados que sea posible de la voluntad de expresar un significado, lo más ajenos posible a las ideas de responsabilidad siempre propicias a actuar como un freno, tan independientes como quepa de cuanto no sea la vida pasiva de la inteligencia, esto es, exactamente la podedumbre. Y sin embargo, la agilidad radicalizada que se canta como una canción o se recita como un poema, es la verdadera razón ilustrada de Kant o de Jovellanos. La escritura automática y los relatos de sueños ofrecen, a un mismo tiempo, la ventaja de ser los únicos que proporcionan elementos de apreciación de alto valor a una crítica que, en el campo de lo artístico y lo literario, se encuentra extrañamente desarbolada, permitiéndole efectuar una nueva clasificación general de los valores líricos, y ofreciéndole una llave que puede abrir para siempre esta caja de mil fondos llamada humanidad, que nos disuade de la individualidad, de emprender la huida, por razones de simple honor, el honor de la bohemia, del alcohol, la nobleza del perdedor, cuando, sumido en las tinieblas, se topa con las puertas externamente cerradas “más allá” de la realidad. Llegará en que la generalidad de los humanos dejará de permitirse el lujo de adoptar una actitud altanera, como ha hecho, ante estas pruebas palpables de una existencia distinta de aquella que habíamos proyectado morir. Entonces, se verá con estupor que, pese a haber tenido nosotros la verdad tan al alcance de la mano, hayamos adoptado en general, la precaución de procurarnos una coartada de carácter literario, en vez de adoptar la actitud de, sin saber nadar, tirarnos de cabeza a nada, sin creernos dotados de la virtud del que nunca soñó lo que quiso ser, y fue lo que no durmió. Se trata de al menos, pretender, antes de que amanezca, saber dónde está la amistad. Honor de cualquier conde crápula sin "mañanas".