El Tiempo Salamanca / Matacan

19 junio 2005

FUGACES SUEÑOS ETERNOS

A Humphrey Bogart le ocurre lo que al cine: se ignora la fecha exacta en que nació; es centenario, y parece que nos haya acompañado desde siempre. Bogart está en nuestros sueños de mayor; está en lo que leemos: en el género policiaco, en la novela negra; y en algunos relatos clásicos de Hemingwai. Porque lo que confiere a este actor, o mejor dicho, a este personaje del cine, una extraordinaria modernidad, una capacidad indefinida para perdurar, es que encarnó mejor que nadie al hombre de este siglo, forjado en las trincheras de guerras engañosas y decepcionantes posguerras; inevitablemente descreído y, pese a todo, con cierta humedad romántica en el fondo de los ojos, un melancolico brindis por el amor perdido, y de la amistad necesaria de Rick.
Hago mía su silueta evanescente del humo de un cigarrillo a medio consumir que brota de sus manos expresivas. El mira más allá del humo, y su especial cabeza, el pelo ya escaso, la frente fruncida y un leve trazo irónico en sus labios, todo eso no me habla de él, sino de cuantos hombres de cofres y tesoros escondidos, de la lucha por una causa; generalmente perdida, en su descaro, en su contra-caza de brujas, en su guiño a los comunistas neoyorquinos, en mi forja de Lauren Bacall. Pero también en Cayo Largo, o en esas Horas desesperadas en las que se despierta y se tropieza en los desechables triunfos del fracaso, o la mirada de los truhanes de siempre. Mi realidad es la de su sombrero y su gabardina, la misma que creía en el periodismo, en El Cuarto Poder y sin embargo, no contradecía su barca y su botella en La Reina de Africa.
Quizá porque, pese a sus numerosas intervenciones anteriores en películas poco memorables, el verdadero Bogart cuajó para siempre en su madurez, al incorporar al Rick de Casablanca, nos evitó que le recordemos como un joven optimista o esperanzado. Para su suerte y la nuestra, le tuvimos a este lado del paraíso, en donde conviven vigorosamente la falta de fe en el ser humano y la búsqueda irrenunciable de la integridad, valores de sobria expresividad como la amistad (esté donde esté), y el consuelo que aportan a la condición humana la existencia del alcohol y cigarrillos. Y si por cualquier desventura, interviene la mano izquierda de dios, siempre nos quedará Humphrey.